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Ayer mi amiga Patricia colgó en su muro de Facebook este vídeo (tendréis que pinchar el enlace para verlo porque no consigo dejarlo aquí colgado). Se trata del tema Maybe This Time que forma parte de la banda sonora de esa maravilla del cine que es Cabaret (ya le dije allí que esa es, probablemente, la única película "musical" que me gusta...¡y cuanto!). Anoche esta canción sonó, evocadora e inmensa, una vez tras otra en mi ordenador y me di cuenta de que es, también, parte de la música de mi vida. Quizás esta vez, voy a tener suerte Después del "momento pepino" mi santo y mi hija han recogido la "cosechica" de patatas que tenían en una maceta de la terraza. Esta vez no ha dado para una tortilla (han prometido aumentar la extensión de cultivo para la próxima temporada) pero se hicieron unos pinchitos de patatica cocida con mayonesa. Menos da una piedra. Como ya he comentado aquí más de una vez, llevamos bastante tiempo sin hacer caminatas gordas por la montaña; Ainhoa, aunque se esfuerza ( aquí tenéis un ejemplo), aún no está preparada para hacer determinados recorridos y desde luego su padre se niega en redondo a cargar con ella. Que ya vale. Aun así procuramos dar algunos paseos juntos para que se vaya acostumbrando y le coja gusto al senderismo (Igüer, El Juncarral, algún tramo del camino a Iguácel) pero hay que elegir bien el terreno; lo más llano posible (nada de pedruscos gordos ni raíces traidoras) y con poca pendiente. Esta primavera descubrimos uno de esos paseos que uno llamaría “accesible” y que me parece más que recomendable para gente mayor, quienes quieren dar un paseete con niños o simplemente aquellos que no se quieren meter en mucho berenjenal; se trata de El paseo de los Melancólicos, en Canfranc-Estación. El lugar es muy hermoso, no en vano se trata de un camino por el monte que discurre detrás de esa maravillosa estación de ferrocarril del pirineo. Para acceder a él solo tenéis que salir de Canfranc en dirección a Francia por la N-330 y enseguida girar a la derecha por la ruta que lleva hacia el Coll de Ladrones. Unos metros después de cruzar un pequeño puente giramos a la derecha y veremos ya la tablilla de madera que nos indica el camino. El sendero avanza paralelo a las antiguas vías de la estación de Canfranc, es sombrío (luego ideal para esta época del año) y totalmente llano Durante el recorrido podemos admirar tanto la belleza de la vieja estación ..como el triste deterioro de sus máquinas y andenes medio olvidados... También quedan por ahí restos de la boca de túnel que, supongo, cruzaba en tiempos el Somport para llevar al famoso "canfranero" en dirección a Francia. En el recorrido tampoco faltan alguna que otra fuente de agua fresquita... ..y unos cuantos bancos de madera donde "recuperar el resuello" si hace falta así que no hay excusa que valga. Venga, que hay vida fuera de la playa..... Fue el segundo día de nuestra estancia en el camping, este mes de julio. La mañana había sido una sucesión de chaparrones y la tarde no prometía demasiada mejora así que ver como llegaba la caravana de tráileres de un circo para instalarse en el parking exterior revolucionó a todos los chavales que acampaban por allí. En un principio mi santo y yo nos miramos preocupados: “un circo, esperemos que no…” pero suspiramos con alivio al darnos cuenta de que su principal atracción eran los animales. Ainhoa no tardó en venir corriendo a la caravana para que la acompañara a ver los leones, las llamas, el toro…así, que tuve que coger rápidamente la cámara de fotos y marchar con ella a ver a los “bichicos”. Estuvimos un buen rato por allí (nosotras y casi todos los críos del camping) foto va y viene hasta que llegó la hora de comer. Cuando cruzábamos junto a recepción, las dos de la mano, una señora mayor que salía del recinto nos miró sonriente y en fluido francés me preguntó: .. Ah, êtes-vous du cirque? (“¿Sois del circo?”) Me quedé tan helada que solo me llegó para contestar un “NO” brusco y seguir camino hacia la caravana sin volverme a mirarla .. pero, ¿será posible la tía?... Ahora pienso que tenía que haber estado más ágil. Tenía que haberme vuelto a ella para pedirle que me explicara qué le hacía pensar que pertenecíamos al circo, si también se lo había preguntado al resto de padres y chavales que estaban a nuestro alrededor o si le parecía correcto tratar de esa forma a una niña de 6 años...... pero bueno, supongo que fue mejor así. Con Ainhoa delante procuro contenerme siempre ante estas cosas pero, demonios, ¡que a gusto me hubiera quedado!. Claro que el en viaje de vuelta mi hijo me contó que, estando en la sala de televisión trasteando con el ordenador, se sentaron a su lado unos chavales (españoles en este caso) y al ver a Ainhoa pulular por ahí uno le preguntó a otro "qué era eso" a lo que el susodicho le contestó "es como esos del circo". Vamos, que hay cosas que no tienen fronteras, no, y una no da para tanto. (Por cierto, hubiese puesto alguna de las fotos que le hice a Ainhoa allí con los animales del circo pero, son tan tristes las fotos de animales encerrados y atorrijados...no, decididamente, no. Otro rato igual cuento por aquí la sensación de impotencia que me dio verlos). Recuerdo perfectamente la primera vez que soñé que moría mi padre. Yo era aún pequeña, menos de siete años seguro porque mi hermano no estaba en aquella habitación conmigo, y fue una noche de octubre. Tengo ese dato muy claro porque, a pesar de no saber muy bien cuál era la causa de su muerte, mi recuerdo me coloca en el momento de despertarme envuelta en lágrimas, desesperada, y enseguida oir como él se levantaba para ir a cazar (la perdiz, allá para el día del Pilar). Por aquel entonces yo dormía siempre con la puerta de mi habitación semiabierta, necesitaba ese hilo de aire para dormir tranquila. A mi madre siempre le ha gustado acostarse tarde y podía distinguir por aquella rendija el parpadeo de la luz del televisor del salón y el rumor lejano (cuidaba mucho de no molestar, siempre) de las voces del aparato. Era suficiente para saber que todo iba bien. Cuando, aquella madrugada, mi padre se levantó (feliz supongo) y cruzó por un instante esa breve línea camino del baño tendió sin querer su mano para rescatarme del pozo más hondo; el de la angustia de una niña que pierde la referencia más querida. Creo que el alivio que sentí fue tan grande que aún estuve llorando, contenta ya, durante un buen rato. Mi madre sigue acostándose tarde; lo sé aunque, desgraciadamente, el tiempo ha cumplido su función y ya no es ella quien tiene en su mano crear ese clima que me hacía sentir todo en su sitio. Ahora ese es mi trabajo. Ando pues temerosa de ver mi reacción cuando se cierre la puerta, definitivamente, porque él hace tiempo que no se levanta. Ahora ya no puedo esperar que, para mi alivio, vuelva a cruzar ese breve espacio. La vida sigue su curso, rio abajo. Planta de geriatría de un hospital cualquiera a finales de un mes de agosto sofocante. Las puertas y las ventanas de las habitaciones permanecen impúdicamente abiertas esperando el soplo de aire que alivie una noche tórrida. La voz rota, grave incluso, de la mujer gritando a la enfermera me engaña; hubiera jurado que era un hombre .. ¿No te he dicho que avisaras a la médica?, aquí no nos hacéis ni caso. La doctora de guardia entra en la habitación .. A ver Doña Zutana, ¿qué le ocurre? .. Que no sé por qué cojones me tenéis que poner antibiótico .. Porque tiene neumonía Doña Zutana. En las placas ha salido una mancha… .. Las placas, las placas, ¡pero si no tengo fiebre como voy a tener neumonía! .. Claro Doña Zutana; no tiene fiebre porque estamos dándole antibiótico. ¿Lo entiende?, venga, que mañana le hacemos otra placa y seguro que ha mejorado un montón. La doctora sale de la habitación entornando los ojos y la enfermera le agradece haberse acercado a hablar con la paciente creyendo que ya había conseguido calmarla. Error. Mientras se aleja por el pasillo se oye de nuevo y bien alto esa voz grave gritar malhumorada; ..¡Esto ya es el colmo, qué barbaridad!, ¡dar antibiótico a una persona que no tiene fiebre, ni neumonía, ni nada! |
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