El campamento
Cuando, allá por finales del mes de abril, estuvimos en el IASS para la revisión del grado de discapacidad de Ainhoa, la psicopedagoga que nos atendió (y que ha sido la misma todas las veces que hemos acudido por allí) me preguntó enseguida:
.. ¿Ha dormido alguna vez fuera de casa?¿sin vosotros?
Me sorprendió un poco que sacara ese tema y le contesté que si, que claro que si. En casa de sus primas, en la de alguna amiga mía cuando he necesitado "colocarla" por una u otra circunstancia y otras veces por el puro placer que le supone eso de cambiar de aires y hacer cosas nuevas (en eso se parece a su hermano).
No tardé en darme cuenta del verdadero sentido de su pregunta: "¿La dejas fuera de tu abrigo?¿confías en que pueda desenvolverse lejos de tí? ... ¿le estás dando la oportunidad de hacerlo o al menos de intentarlo?". No, estaba claro que no se refería a pasar una noche fuera esporádicamente sino a algo más: vamos, que quería saber si yo era una de esas mamis que no deja a los críos salir de su falda.
Supongo que todos podemos reconocer que ante un hijo con una discapacidad el peligro de caer en la sobreprotección se multiplica, y no es conveniente.
En nuestro afán por librar a nuestros retoños "de todo mal" corremos el riesgo de envolverlos en demasiados algodones y así llegar al punto de anular su capacidad de amoldarse al mundo en la justa medida de sus posibilidades. Ojo, y de que el resto del mundo se adapte y cuente también con ellos y sus necesidades específicas, que no es menos importante.
Creo que hay un momento en que los padres deberíamos tomarnos muy en serio ese aspecto en la vida de nuestros hijos por una sencilla razón: no se trata tanto de evitarles obstáculos o recordarles sus límites sino de darles "armas" para superarlos. De conseguir que se convenzan de que son capaces de hacerlo y de paso convencer de ello también a los demás.
Por eso la idea de los campamentos que, desde el año pasado, organiza la Fundación Alpe me pareció tan buena y por eso este verano que Ainhoa ya está rondando los ocho años ha participado en uno por primera vez. Bueno, ella y su hermano (que va para quince).
Es bien sencillo: reunir a un grupo de críos (de 7 años en adelante) con acondroplasia, a sus hermanos y otros amigos para estar juntos en un ambiente distinto a su vida habitual y divertirse.
Como podéis imaginar la experiencia ha sido más que positiva: no hay mejor lección de convivencia y respeto que la que se aprende cuando estás inmerso en ella. ¿El mérito?, de unos y otros claro. De los monitores planteando actividades con todos y de los chavales aprendiendo sin más. Dejándose llevar por el sentido común (que lo tienen, vaya que sí), su naturalidad y descubriendo por sí mismos la importancia de contar con los demás y, sobre todo, lo bien que pueden pasarlo TODOS juntos.
.. Mamá, todos cuidábamos de todos- me cuenta Amparo, la madre de Juan (uno de los mayores) que le decía de vuelta a casa.
Mis hijos han pasado una semana fantástica en Zestoa con un grupo de amigos. Ainhoa y Daniel, los dos. Ninguna diferencia por edad, sexo o condición; cada uno con lo suyo.
Tengo pruebas: dos maletas repletas de ropa sucísima recogida en un rebullo, unas cestas de mimbre monísimas de la muerte, un folio lleno de direcciones de Tuenti, mails y números de teléfono que mi hijo no tardó en grabarse en cuanto llegó a casa ... y una escena.
Fue el domingo cuando acudimos a recogerlos.
Iban llegando en pequeños grupos a la plaza del pueblo donde les esperábamos, caminando, con la cara pintada y con una camiseta de la Fundación repleta de firmas y dedicatorias. Tras los inevitables abrazos y besuqueos con los papis no tardaron en "revolverse" entre ellos de nuevo.
Ahora tenías a Ainhoa con Lola, Noa y June (las peques) cogidas del hombro y dos minutos después estaba enseñándole a Ernesto (más mayorcito) su Nintendo (se la llevamos para el viaje de vuelta) o jugando al pilla pilla con Izai (13 años).
Tan pronto veía a Daniel acosado por Ibón (6 años) como lo tenía abrazado a Lara, una monitora, o zarceando con Juan (18 años) y alguno que otro.
Si tardamos un par de horas en arrancar para casa (con el consiguiente disgusto de alguno por marchar tan pronto) se produjeron tantas combinaciones de mayores y pequeños, chicos y chicas, monitores y chavales como las matemáticas permiten. Nada de grupos cerrados. Todos con todos. Ah, y lágrimas. También hubo muchas (algunas inesperadas) lágrimas.
Todos quieren volver y algunos que se resistían a participar han decidido no faltar el próximo año. Eso si, Ainhoa me dijo ayer que ella vuelve, pero a ser posible sin su hermano (me temo que se sintió "fiscalizada" jaja).
Creo que ya sabe que puede. Prueba superada.
6 comentarios
laMima -
zer0gluten -
No sabía que a los campamentos de Alpe podían asistir niños sin acondroplasia y me parece una magnífica idea, por todo lo que cuentas. Este año también he estado barajando la posibilidad de que Martín fuera de campamento y además justo por eso, para que se desprenda un poco del cordón umbilical y aprenda a vivir sin las palabras papi o mami. Me encantaría que fuera con Ainhoa. Tú crees que para el año que viene habría posibilidad?.
Un beso enorme.
Loreto -
Un monton de besicos
laMima -
Maria guapa, andamos bien. Un poco atoraos estos meses pero, ya llegará la organización y el sosiego. Muchos besos para las tres.
María -
Besos para tí y tu familia. Me ha encantado volver a saber de vosotros
Lamia -